Silvia entendió que ese no era el final. Se postuló entonces en medio de toda adversidad climática como la defensora del puesto número uno en el evento más importante de su vida. 

El Cruce, marcaría un antes y después en su carrera atlética: yardas de pies que prosiguen, avanzan, declinan, descansan...pero nunca se rinden. Avanzando trechos descubre entonces, un descanso en una roca que sería su oportunidad de rendención. Rodi, fiel amigo de trote, le repite una vez más:—¡arriba, Silvia!

Es ahí entonces, cuando un suspiro lo cambia todo. Los dolores en las piernas desaparecen, el calambre comienza a ser parte de un pasado que jamás volverá. La lumbalgia le susurra, más no se deja amedrentar.

Como película sin final, recuerda las rondas de mate junto a sus compañeros de entrenamiento, ajustando los encuentros y animándose unos a otros a no desistir, puesto que les espera el gran premio. El entusiasmo se deja entrever. Silvia se levanta, con una mirada cazadora de lo que está por venir: el triunfo. 

 

mujer corriendo en El Cruce